NO me idealices...
Una carta para quienes idealizan y para quienes han sido puestos en un altar.
Hay algo que necesita decirse.
Con firmeza, con compasión, y con verdad:
¡No idealices a nadie!
O al menos... practica la no idealización.
Porque ver al otro como perfecto
es también una forma de no verlo.
Idealizar es vestir al otro con un traje que no pidió.
Es convertirlo en proyección, en expectativa,
en figura tallada desde la necesidad…
no desde la presencia.
Vivimos en un mundo lleno de imágenes pulidas:
lo que deberíamos ser,
lo que parece que somos,
lo que fingimos para ser queridos, para no incomodar, para no perder.
Y eso... cansa.
Nos agota el alma sin darnos cuenta.
Nos desconecta de lo simple y real.
Idealizar no es amar.
Es rechazar la posibilidad de que el otro sea humano.
Y eso, aunque parezca bonito…
es violencia suave, disfrazada de admiración.
Este escrito nace del sentimiento de haber sido idealizada.
No para hablar solo de mí, sino para nombrar algo que muchos han vivido:
el peso de ser vistos como algo que no se es.
La carga de sostener una perfección que jamás se pidió.
Y el anhelo de ser amados no por la imagen,
sino por la verdad de quienes somos,
con todo lo que brilla… y todo lo que no.
🌟 NO me idealices...
porque no siempre estoy alegre.
Y, sin embargo, la alegría vive dentro de mí.
Es mi esencia, no mi estado.
Es una vibración, no una pose.
Es un río que a veces canta,
y otras veces se esconde bajo tierra.
Soy alegre...
porque he caminado con la tristeza sin cerrarme.
Porque sé llorar y luego reír sin culpa.
Porque he aprendido que estar en paz no es lo mismo que estar feliz.
No me idealices...
porque también me canso.
A veces no quiero sostener, no quiero inspirar.
Solo quiero detenerme, mirar el cielo,
o esconderme bajo una manta,
y no responder a nada que me pida luz cuando solo tengo niebla.
A veces la energía que cargo ni siquiera es mía.
La absorbo sin querer,
como esponja de lo invisible.
De las palabras no dichas,
de las tensiones en el aire,
de los hilos emocionales que me atraviesan cuando no me doy cuenta.
No me idealices...
porque tengo talentos, sí.
Pero no vine a ser perfecta.
Vine a recordar —igual que tú—
que somos sagrados aún en la torpeza.
La verdadera perfección no es la que imaginamos.
Es la que habita en nuestros sentidos:
en la vista que contempla,
en el oído que escucha,
en el gusto que saborea la vida,
en las manos que abrazan y los pies que caminan.
En el cuerpo que late,
aunque a veces duela.
Esa es la perfección que ya somos.
No hay que alcanzarla.
Solo habitarla.
¿Y qué es eso de idealizar?
¿De dónde viene esa palabra que tanto usamos sin cuestionar?
Idealizar es proyectar una idea donde debería haber un vínculo.
Es inventar una versión del otro
que nos conviene más que su verdad.
Y quizás, solo quizás...
en esta tierra —la nuestra—
se idealiza tanto porque durante siglos
no se nos ha permitido definirnos.
Vivimos en un “casi”,
en un “ya mismo”,
en una tierra que ha sido de otros,
en una historia donde ser libre ha sido un verbo incompleto.
Y en esa niebla, idealizamos.
Idealizamos amores, líderes, caminos, amistades, espiritualidades.
Cualquier cosa que nos prometa un orden.
Una forma de sostenernos.
Pero el alma no se sostiene con espejismos.
Se sostiene con presencia.
Con lo que es, aunque incomode.
No me idealices...
ni idealices a quien amas.
Porque cuando idealizas, cierras el corazón.
Y cuando el corazón se cierra,
la energía no sube.
No llega a la garganta.
No se dice lo que se siente.
Y se quiebra el puente entre las almas.
El amor no necesita tronos ni vitrinas.
Necesita tierra.
Y pies descalzos.
Y verdades suaves, dichas sin temor.
Así que no idealices.
Mira.
Escucha.
Siente.
Y ama lo real.
Porque el alma no vino a cumplir expectativas.
Vino a encarnar su luz,
con todo lo que eso implica.
Y si alguna vez te miraron como si fueras demasiado perfecta…
ya sabes:
no eres eso que imaginaron.
Eres mucho más.
Eres real.
Y lo real es lo que más libera.
🌟
Gracias por leer con el alma abierta.
Desde mi Constelación,
Cris Sosa.
Constelaciones de Palabras
🌙✨💫